martes, 4 de febrero de 2020

Tiempo. Compro tiempo. Necesito tiempo para ir más despacio. Tiempo para mí, para cuidarme y para no hacer nada. La prisa me invade y no veo con claridad. He intuido, a lo lejos,  el origen de tanta aceleración desenfrenada: querer ser productiva todo el tiempo. Mi mente planifica al milímetro pero mi cuerpo no es capaz de seguirla. Saltar vallas que yo misma me  pongo de lunes a viernes y querer seguir saltándolas en fin de semana no es posible. Correr, correr y no  poder llegar a ninguna  meta. Quiero aprender a  perder el tiempo como forma de ganarlo, de ganarme. Mi cuerpo va lento, pienso yo, pero quizá es que ahora ha encontrado, por fin, su propia cadencia y ha dejado de escuchar mi desabrido látigo ¿No se trata ahora de escucharme? ¿De no seguir ese viaje hacia la nada? Despacio, despacio para sentir mi tiempo. No hace falta apagar ningún fuego. Más bien dejar que crezca dentro y lento. Acostumbrarme a que el calor vaya conmigo a todas partes y no dejar que ningún látigo lo apague.

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