A veces para escuchar con profundidad el latido del corazón, hay que desenterrar la tierra. Arar con tus propias manos los escombros de pérdidas y autoengaños. A veces respirar un aire viciado por el peso de un andamiaje de aguantes, te ahoga. La alegría queda a la espera, velando una resurrección pospuesta pero inevitable. El llanto profundo, el auténtico, el que arrastrará el lodo hacia la boca no tardará en llegar. Te das tu tiempo, porque sabes que, al final, todo se reduce a permitirte ser tiempo, habitar un cuerpo mortal y someterte a sus vaines. Asusta la vida que se va tanto como la muerte que viene y, sin embargo, con cada respiración seguimos en el juego, asumimos el reto de estar y ser. Ahora que solo somos mirada no resulta fácil sostenerla. Mirar limpio se ha convertido en una tarea imprescindible al igual que renovar el aire que respiramos, ese que ,aunque creamos que está limpio porque viene de dentro, nos recuerda con su olor que ya es pasado y necesitamos liberarlo.
martes, 6 de octubre de 2020
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Nunca debí hacer caso a mi madre
De verdad, madre, que no la entiendo. No sé a qué viene ahora el pedirme eso. ¡Que espíe a mi padre! ¿Por qué? ¿Qué cree que va a consegui...
-
La vida está llena de revoluciones, íntimas, pequeñas y cotidianas sin necesidad de empuñar espadas ni ser Juana de Arco. Puedes despertar ...
-
De verdad, madre, que no la entiendo. No sé a qué viene ahora el pedirme eso. ¡Que espíe a mi padre! ¿Por qué? ¿Qué cree que va a consegui...
-
Siéntete pequeña aunque la inmensidad de la vida te habite. Siéntete pequeña porque solo eres hija de, nieta de y no madre ni padre (aun...
No hay comentarios:
Publicar un comentario