viernes, 15 de noviembre de 2019

Me costó dormirme. Daba vueltas y más vueltas en una cama que ya no es mía. No me reconozco  en estas estrecheces de adolescente con escritorio y silla incorporada. He paseado hoy por aquellas  calles que una vez se poblaron de sueños de viajes, de amores nocturnos  que no pasaron del deseo de algún beso furtivo y un ligero roce encendido al calor de la luna, para dejar de sentirme niña. Me he visto como una mujer completa que llevaba de la mano a una niña a la que le iba contando lo hermoso que es este mundo en el que vivimos a pesar de todos los pesares de la humanidad. Ella me escuchaba atenta y asentía y, a veces, me señalaba algún escaparate de zapatos o bolsos para que me parara. Ella adora los zapatos y los bolsos rojos igual que adora  cruzarse con chicos guapos aunque aún les tenga  miedo. Yo le hablaba desde la mujer que desea y quiere ser deseada y sé que ella lo entendía también. Y así se nos ha pasado la mañana de calle en calle y de palabra en palabra. Ella y yo. Ya casi llegábamos a casa cuando un pequeño gorrión se ha posado en mi cabeza, confundiéndome con su nido. Y he sentido cómo la vida, la de aquellas pequeñas cosas, también anida en mí.

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