lunes, 18 de noviembre de 2019

No eres mi madre aunque compartas su sombra, la sombra de todas las mujeres. El te querré siempre con una mano, mientras con la otra, ese mismo amor, ata nudos invisibles a tu brazo para que no te vayas. Ese llamado amor tela de araña, que tejes  entorno a nosotras, es una trampa para afore nuestra herida de abandono y perdamos nuestra alma en el camino. Y cuando lo hace, despierta en nosotras los mismos sentimientos que tuvimos entonces: la lealtad a la sombra de nuestra madre. Porque sin esa lealtad no hubiéramos sobrevivido. Sin embargo,  ya no estamos en modo supervivencia, ya no somos niñas desvalidas y asfixiadas por el reconocimiento y la valoración de mamà. Ya probamos las caídas, el amargo sabor del no y el viento en la cara de la libertad de nuestra intuición. Aprendimos, con todo lo que ello nos ha traído, a correr con lobos y a desear que nazca la mujer salvaje que vive en nosotras. La hemos visto, intuido y sentido. No hay marcha atrás. Ella nos marca el camino para salir del laberinto de la sombra de mamá.

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