martes, 15 de octubre de 2019

Las palabras no vienen a mí como yo quiero, pienso,  mientras voy conduciendo hacia el mar.  A mí me gustaría pronunciar amor, deseo, tormenta, por ejemplo, y, en cambio, solo acude mamá, mamá. Todo es muy disperso porque,  después de haber pronunciado las palabras mágicas, mi pensamiento se vuelve inconexo, humeante y frágil. Vienen a mí oraciones como cuánto te estoy desobedeciendo, mamá ( me está costando pero lo hago por mí y también por todas nosotras) y la palabra se convierte en acción. Me he cortado el pelo mucho de atrás y se me ve la nuca. Esa que me dijiste que no se me podía ver porque no me quedaba bien. Me he atrevido y lo he hecho. Y me gusta mucho. He descubierto que tengo un remolino muy gracioso que no sabía que existía. ¡Hay tantas cosas de mí que no sé que existen! Por eso me pongo a prueba, para saber más de mí. Cuánto he llorado al sentir que no voy a pasar tus canciones y tus cuentos, mamá,  es otra de las frases que llega a mí después de estar con un rubiales bajito y lleno de alegría ( me ha recordado a mí). Creo que hubiera sido una madre con luz y sombra, como  tú lo fuiste conmigo. Cuánto estoy disfrutando con mi naturaleza de mujer,  esa que me empeñé en tapar durante tantos años y que ahora brota a raudales.  Pienso en las tormentas que evité  sobre una cama, en el deseo que escondí y que he aprendido a disfrutar en esta madurez cuatro punto ocho que tengo. Definitivamente, las palabras son cuanto menos curiosas. Te llevan al borde del mar, te sumergen en él y tú , sin saberlo, aprendes a nadar con ellas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nunca debí hacer caso a mi madre

 De  verdad, madre, que no la entiendo. No sé a qué viene ahora el pedirme eso. ¡Que espíe a mi padre! ¿Por qué? ¿Qué cree que va a consegui...