jueves, 24 de octubre de 2019

Nos construimos como hijas a través de nuestra madre. La madre, considerada como dios en nuestra primera infancia, da paso a la madre grieta de la adolescencia. Buscamos nuestra identidad cuando nos separamos de ella, desde el yo no soy como tú, sin saber que ella está en nosotras. La juzgamos y la condenamos como madre, como mujer, al igual que lo hacemos con nosotras mismas,  para después iniciar el camino de vuelta.  Cargamos con el dolor, parirás tu mundo con el sudor de tu frente; con el sufrimiento, tratarás de cambiar tu realidad porque "el amor lo puede todo"; con la ira, tu vientre albergará semillas impuestas que necesitarás trasplantar y cuidar. La reconstrucción de nuestra historia pasa por encontrar a nuestra madre física a través de su contexto, y de todas sus mujeres, y a nuestra madre psíquica, qué madre tuvimos y qué madre somos para nosotras mismas. Nos construimos en un doble nivel. Al descubrir a la mujer que nos dio la vida, obtenemos el permiso para tomar nuestro lugar como hijas. No desde el juicio ni desde la condena sino desde el más profundo amor de quién es ella a través de su historia y quiénes somos nosotras. Somos, por tanto, las portadoras del amor. Un amor que empieza con nosotras mismas y que necesitamos esparcir al mundo para sembrar futuro. Ya descubrimos, ya comprendimos y ya pudimos tomar. Hagamos de esta tierra nuestro territorio de siembra. Miremos a los hombres e invitémoslos a acompañarnos en nuestra tarea. Uno más uno multiplica nuestro efecto en el mundo. Es nuestra responsabilidad con los que están y los que vendrán.

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